Del prólogo de Indecentes . Escrito el 2 de abril de 2012
El Gobierno de España ha cambiado en diciembre de 2011, pero
la receta económica contra la crisis sigue siendo, con una diferencia de
dosis, la misma: la austeridad fiscal. El estallido de la mayor burbuja
de precios de activos en la historia contemporánea de este país y una
de las más grandes del mundo desarrollado se está «combatiendo» desde
hace ahora dos años con una medicina autodestructiva.
Mariano Rajoy ha presentado, en la
oposición y en la campaña electoral de 2011, las dificultades para
superar esta Gran Depresión española como consecuencia directa de la
desconfianza de los mercados financieros, los inversores y la mayor
parte de las instituciones internacionales en el Gobierno de José Luis
Rodríguez Zapatero. Un Gobierno que, según decía el entonces líder de la
oposición, al iniciar el ajuste en mayo de 2010, no actuaba «por
convicción» sino por imposición exterior.
Un programa de economía vudú
Por ello, en cierto modo, sus
propuestas antes de llegar a La Moncloa pueden ser calificadas como un
programa de economía vudú. Unas medidas que impulsadas por la sola
llegada del Partido Popular al Gobierno conseguirían por arte de magia
frenar la crisis e iniciar la recuperación.
Hay dos Mariano Rajoy. El de
aquellos días de la oposición y el actual. El poeta romántico británico
John Keats escribió en su última carta: «Tengo la sensación habitual de
que mi auténtica vida ha pasado y de que estoy llevando una existencia
póstuma». Una vida política de Rajoy claramente ha pasado. Aquella en la
cual, según aseguraba, solo su sentido común de gobernante haría
retroceder la crisis.
La crónica que el lector tiene ante
sí es la crónica del desastre económico y social de un sistema que en
varios países, pero especialmente en España, necesitó crear, para seguir
funcionando a pleno rendimiento, es decir, acumular beneficios, la gran
burbuja especulativa de la vivienda. Y es la crónica de cómo el
progresivo desarrollo de esta crisis corroe a un Gobierno y a su
presidente, hasta precipitar, de facto, su caída bajo la forma de una
espectacular derrota electoral, al tiempo que encumbra a otro Gobierno y
a su presidente, que defienden dosis mayores de la misma medicina.
Ahora bien, está la responsabilidad
de los políticos y está la de las instituciones que regulan el
funcionamiento del sistema financiero, que es el centro nervioso de la
economía capitalista.
Estas instituciones, como el Banco
de España, cuya experiencia en la gestión de la crisis bancaria de este
país, durante los años setenta y ochenta del siglo pasado, resultaba de
extraordinario valor para saber qué hacer frente al nuevo escenario, se
sumaron a la fiesta.
Mientras sonaba la música, el Banco
de España, que debería haber ejercido el papel de director de orquesta,
los bancos y cajas no se resistían a bailar. A sabiendas de que cuando
se hiciera el silencio, es decir, se cortara el grifo de la liquidez, la
situación ya sería muy difícil de controlar.
¿Quién mejor que el Banco de España podía saberlo? El Banco
de España no es que mirara para otro lado. Con su cooperación necesaria,
las entidades financieras españolas, en busca del aumento de
rentabilidad, se endeudaron ellas mismas y promovieron el apalancamiento
de familias y empresas a continuación.
Estas instituciones, como el Banco
de España, en lugar de desactivar riesgos acumulados a lo largo de
muchos años, han alentado con su conducta la apuesta por unos créditos
que llevaban implícitos la posibilidad de un estallido. Tenían los
medios para controlar la situación. Y no los han utilizado. Le han
fallado a la sociedad. Las consecuencias de este fallo son tan
devastadoras como irreparables.
¿Solo cuándo la marea baja se sabe quiénes se «forraron» en esta orgía? No. Se sabía antes.
Algunos de nuestros millonarios ocasionales se subían a los
rankings de fortunas mundiales. Otros, políticos y ejecutivos avispados
de cajas de ahorro y Comunidades Autónomas, se aplicaron al saqueo y al
pillaje, con sus sueldos y bonus, desde el comienzo. ¡Que la indecencia
de todos nos valga!
A la hora de escribir estas líneas,
España, con una deuda exterior neta, pública y sobre todo privada, de un
billón de euros, o el 95 por ciento del PIB, volvía, como en mayo de
2010, agosto y noviembre de 2011, a ponerse a merced de los mercados
financieros.
Unos mercados y unas instituciones que están refundando la
moneda única. Que nos recuerdan que al fin y al cabo «el euro era y es
esto».
Ernesto Ekaizer