martes, 19 de junio de 2012

INDECENTES ( Ernesto Ekaizer )



Del prólogo de Indecentes . Escrito el 2 de abril de 2012

El Gobierno de España ha cambiado en diciembre de 2011, pero la receta económica contra la crisis sigue siendo, con una diferencia de dosis, la misma: la austeridad fiscal. El estallido de la mayor burbuja de precios de activos en la historia contemporánea de este país y una de las más grandes del mundo desarrollado se está «combatiendo» desde hace ahora dos años con una medicina autodestructiva.
Mariano Rajoy ha presentado, en la oposición y en la campaña electoral de 2011, las dificultades para superar esta Gran Depresión española como consecuencia directa de la desconfianza de los mercados financieros, los inversores y la mayor parte de las instituciones internacionales en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Un Gobierno que, según decía el entonces líder de la oposición, al iniciar el ajuste en mayo de 2010, no actuaba «por convicción» sino por imposición exterior.
Un programa de economía vudú
Por ello, en cierto modo, sus propuestas antes de llegar a La Moncloa pueden ser calificadas como un programa de economía vudú. Unas medidas que impulsadas por la sola llegada del Partido Popular al Gobierno conseguirían por arte de magia frenar la crisis e iniciar la recuperación.
Hay dos Mariano Rajoy. El de aquellos días de la oposición y el actual. El poeta romántico británico John Keats escribió en su última carta: «Tengo la sensación habitual de que mi auténtica vida ha pasado y de que estoy llevando una existencia póstuma». Una vida política de Rajoy claramente ha pasado. Aquella en la cual, según aseguraba, solo su sentido común de gobernante haría retroceder la crisis.
La crónica que el lector tiene ante sí es la crónica del desastre económico y social de un sistema que en varios países, pero especialmente en España, necesitó crear, para seguir funcionando a pleno rendimiento, es decir, acumular beneficios, la gran burbuja especulativa de la vivienda. Y es la crónica de cómo el progresivo desarrollo de esta crisis corroe a un Gobierno y a su presidente, hasta precipitar, de facto, su caída bajo la forma de una espectacular derrota electoral, al tiempo que encumbra a otro Gobierno y a su presidente, que defienden dosis mayores de la misma medicina.
Ahora bien, está la responsabilidad de los políticos y está la de las instituciones que regulan el funcionamiento del sistema financiero, que es el centro nervioso de la economía capitalista.
Estas instituciones, como el Banco de España, cuya experiencia en la gestión de la crisis bancaria de este país, durante los años setenta y ochenta del siglo pasado, resultaba de extraordinario valor para saber qué hacer frente al nuevo escenario, se sumaron a la fiesta.
Mientras sonaba la música, el Banco de España, que debería haber ejercido el papel de director de orquesta, los bancos y cajas no se resistían a bailar. A sabiendas de que cuando se hiciera el silencio, es decir, se cortara el grifo de la liquidez, la situación ya sería muy difícil de controlar.
¿Quién mejor que el Banco de España podía saberlo? El Banco de España no es que mirara para otro lado. Con su cooperación necesaria, las entidades financieras españolas, en busca del aumento de rentabilidad, se endeudaron ellas mismas y promovieron el apalancamiento de familias y empresas a continuación.
Estas instituciones, como el Banco de España, en lugar de desactivar riesgos acumulados a lo largo de muchos años, han alentado con su conducta la apuesta por unos créditos que llevaban implícitos la posibilidad de un estallido. Tenían los medios para controlar la situación. Y no los han utilizado. Le han fallado a la sociedad. Las consecuencias de este fallo son tan devastadoras como irreparables.
¿Solo cuándo la marea baja se sabe quiénes se «forraron» en esta orgía? No. Se sabía antes.
Algunos de nuestros millonarios ocasionales se subían a los rankings de fortunas mundiales. Otros, políticos y ejecutivos avispados de cajas de ahorro y Comunidades Autónomas, se aplicaron al saqueo y al pillaje, con sus sueldos y bonus, desde el comienzo. ¡Que la indecencia de todos nos valga!
A la hora de escribir estas líneas, España, con una deuda exterior neta, pública y sobre todo privada, de un billón de euros, o el 95 por ciento del PIB, volvía, como en mayo de 2010, agosto y noviembre de 2011, a ponerse a merced de los mercados financieros.
Unos mercados y unas instituciones que están refundando la moneda única. Que nos recuerdan que al fin y al cabo «el euro era y es esto».

Ernesto Ekaizer

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